sábado, 24 de marzo de 2012

"DESPEDIDA Y HASTA PRONTO"


Despedida de Ángel Salas,
últimas horas en casa..









Aeropuerto Internacional de Ezeiza
BS Aires Argentina …






Despedida con lágrimas
Y un hasta pronto…





Hemos pasado unos días maravillosos,
los quise compartir con ustedes amigos…
Les dejo un abrazo y mi beso..

domingo, 4 de marzo de 2012

"AMAR ES COMPARTIR"(Cuento)

Día sombrío, llovizna, levanto la solapa de mi sobretodo gris; no sé donde ir. Esta desolación me desubica, no encuentro un camino.
Comienzo a caminar a cualquier lugar, mis pasos lentos, pesados; miro el cielo, la llovizna me moja, la gran ciudad ruge en eterno movimiento y yo regreso en mis recuerdos... cuando niño.
Voy a cumplir veinte años, pero parecen tantos. Me detengo en la plaza silenciosa, no hay niños y el recuerdo golpea mi frente.
Una calesita, mi padre sonriéndome, sus ojos atentos  no se despegaban de mí. Los días que íbamos de pesca, a la cancha y jugábamos a la pelota en el parque  de la casa de los abuelos. Los abuelos, cuidándome como la joya más preciada del hogar.
Y crecí. ¿Por qué? ... ¿Por qué?. Cambié sus paseos  por la computadora, su compañía por la de mis amigos, las noches de los sábados   con los abuelos por el boliche de onda, noches de parranda y juegos de video; tecnología moderna.
Muchas veces me enojó verlos levantados, esperándome en las madrugadas. ¡No soy un chico!, me pesaban sus cuidados, sus consejos.
Cuánto hacía que no compartía el almuerzo, ¡claro yo veía la televisión! Y vos me hablabas de tus cosas que yo no escuchaba; me prevenías de la droga y que sé yo cuantas cosas más.
Y me fui de casa a vivir solo. ¡Oh! Libertad... departamento de soltero; sin papás. Creí que estaba realizado al fin, ¿pero sabés?, cuando después de un tiempo me senté a almorzar  extrañé tu compañía, prendí el televisor y me pareció un horror, cuántas cosas terribles que pasaban. Lo apagué... no comí; tiré el plato descartable y extrañé el plato de porcelana que mamá tanto cuida. Me fui a la computadora, apreté cien veces el teclado y siempre se repetía: Mamá, Papá, Compartir. Subconsciente peleando con la razón.
Ya nadie decía “Limpiá la afeitadora, ¿tenés frío hijo?, ¿Querés café o chocolate? Mientras estudiaba”.  Y el abrazo al llegar a casa en las madrugadas, eran miedos a que alguien o algo pudiese hacerme daño, era amor.
Mi madre tratándome como un niño, mi padre pasándome dinero por si no llegaba a fin de mes, el mejor regalo en el árbol de Navidad armado con el amor más grande del mundo; era para mí.
Y yo sin darme cuenta los dejé solos, vacíos, con lágrimas en esos ojos tiernos de padres que todo dieron.
Una frase al despedirme, ahora me recorre el cuerpo como un escalofrío, “Hijo, ten cuidado, te amamos tanto”.
El relámpago y un trueno hizo que regresara del recuerdo y estaba empapado por la lluvia y el rostro por las lágrimas.
Miré la casa y no dudé, corrí, abrí la puerta;  allí estaba mi madre acurrucada en el sillón del living; la besé... la besé. “Hijo te vas a enfermar. ¿De dónde vienes?”.
Y papá, pregunté.
Está en tu cuarto, tu sabes, no te preocupes hijo, ya se le pasará, está un poco triste.
¡No mamá... no! y corrí.
Se sorprendió al verme. “Pero hijo, estás empapado, sácate el sobretodo, te enfermarás ¿Qué harás tu solo en ese departamento?. ¡Por Dios!.
Alcé a mi padre en mis brazos como si fuera un niño y lo apreté fuerte. Él rompió en llanto,
aún tenía  en sus manos aquella fotografía que nos sacamos juntos cuando yo era niño.
Y me saqué el sobretodo que mi madre secaría de inmediato, mientras me servía un café caliente con alfajores de chocolate.
De repente los vi parados frente a mí, en silencio, sus ojos me miraban, sé que tenían mil preguntas. Los miré, rodaban dos lagrimones por mi rostro,  solo pude decirles: ¡Gracias!...¡Gracias! ; por todo este amor de tantos años.
Al otro día volví a traer mis cosas; pero la televisión está en el living, converso con mis padres a la hora del almuerzo y disfruto del plato de porcelana de mi madre. El domingo invité a mis amigos a la casa de los abuelos y jugamos a la pelota en el parque, mi padre hizo un asado y cuando salgo de noche mi madre me acompaña hasta la vereda y mientras   me da un beso; “Ten cuidado hijo, dejaré la luz encendida, háblame cuando regreses”. Caminé unos pasos, me di vuelta y corrí a abrazarla; “Dímelo otra vez madre, nunca dejes de repetírmelo” y reímos juntos.
Solo hay un amor infinito que nada lo separa de nuestro corazón, para mí el de mis padres. Ya llegará el día de separarnos, pero seguiremos compartiendo mi felicidad, mis hijos, tal vez... mi vida.

Azul 
Alicia M. Moreno
Derechos Reservados 
                                                                                                       


Compartir tu vida con los seres que te aman
Obsequiar horas de tus días en escuchar a tus padres
Madre no encontrarás jamás en  nadie
Padre que te comprenda y te guié, disfrútalo.
Amor te dan a raudales, recíbelo, valorízalo.
Risas disfruta junto a tu familia y amigos.
Tiempos de amor, compártelos.
Ilusión que podrás transmitir a tus hijos
Recuerdos que les contarás de ti y los abuelos.

Azul
Alicia M. Moreno 
Derechos Reservados




sábado, 3 de marzo de 2012

"LA CAJA DE LA ABUELA"( Cuento)






Los invitados se divertían, risas, brindis, familiares y amigos compartían ese día. Nunca había sentido tanta emoción en mi vida.
Entrando a la iglesia con mi traje de novia, tomada del brazo de mi padre, recorrí el pasillo hasta el altar, temblorosa. No pude evitar las lágrimas. Un sueño que se cumplía.
También me separaría de mis dos hermanos varones, de mi madre, de papá y también de la abuela.
Estaba de pie junto a mi padre, esperándome en el altar. Recordé cuando salía de la escuela y corría a estrecharme en sus brazos.
Cuando bailé el vals con mi  padre, mi vestido blanco me envolvió en mis recuerdos, las notas del vals me embriagaron con una emoción que me dolía el pecho.
La niñez con mis hermanos, mi madre, en su ir y venir por la casa, lavando, planchando y cocinando. Parecía que nunca se cansaba.
A mi padre, regresando del trabajo cansado, pero cariñoso con todos nosotros.
Y el jardín, los rosales de la abuela. Nos pasábamos horas cuidando las plantas. La abuela me enseñó a cultivar cada flor y cuidarlas para lucir un hermoso jardín; mientras me contaba de su tierra, del jardín de su casa en Italia. Su casa enclavada allí en una colina, lucía mil colores diferentes. Las flores que su madre cuidaba con el mismo amor que ella aprendió a darles. Le hablaba a las plantas como se le habla a los niños, como me acunaba a mí a la hora de la siesta, contándome su niñez en Italia.
Siempre tuve curiosidad por su cuarto, lucía radiante. La cama con la colcha blanca ¡tejida por sus manos!, grandes almohadones decoraban su cama y sillón, la cortina larga hasta el piso, retomada con moños de raso blanco, todo hecho por sus manos. En una canasta, jaboncitos perfumados.
Cuando yo entraba en su habitación era como estar en el paraíso, junto a la ventana estaba  su sillón y junto a él una pequeña mesita con una caja celosamente cerrada. Allí solía sentarse y pasar horas mirando el jardín. Muchas veces entré  de puntillas de pie y me quedaba escuchando su silencio.
Cepillándole el cabello, una mañana le pregunté, ¿Qué guardaba en esa caja?, ¿Por qué era lo único que no me mostró en tantos años?. Siempre me contestaba con evasivas y alguna vez me dijo, “Es el tesoro que guardo a través de los años y son muchos, hija mía”.
Aquel día le llevé un enorme ramo de rosas blancas, entré en su cuarto, estaba allí sentada en su viejo sillón. Coloqué las rosas en su regazo, me arrodillé a su lado y tomando sus  manos traté de explicarle... una vez que me hubiese casado tendríamos que irnos a Italia, mi esposo y yo, por razones de trabajo, intentar algo mejor, serían dos o tres años nada más. Me tomó el rostro entre sus manos arrugadas y con los ojos llenos de lágrimas me besó muchas veces, no me respondió nada. Un silencio nos unió a las dos en un largo abrazo.
La voz de mi hermano mayor me volvió a la fiesta otra vez, recordándome que ya era hora de despedir a los novios.
Repartí souveniles, eran pequeños angelitos del amor con asares en sus manitos. Fui a cambiarme y salimos corriendo.
Nuestro vuelo salía a las nueve de la mañana, llegamos apresurados al aeropuerto, pero allí estaban esperándonos nuestros padres, hermanos, y la abuela, que no dejaba de recordarme “Escriban, mándame fotos, llamá por teléfono”.
En el último minuto de nuestra despedida, la abuela me entregó un paquete cuidadosamente envuelto.
“Hija mía, quiero que te lleves esto, ya que siempre fue tu deseo abrirla, ábrela cuando llegues y guárdala tú, sé que le darás el mismo valor que yo”.
Cuando despegó el avión, sentí que gran parte de mi vida, de mi alma, se quedaba con ellos y lloré, lloré mucho.
El viaje fue placentero pero cansador,  mi esposo y yo tuvimos una mezcla de felicidad agridulce. Los dos estábamos sufriendo al dejar nuestra tierra, nuestros amores, los amigos, por más que fuera por pocos años.
¡Vendremos de vacaciones!, dijimos a dúo y entre lágrimas y sonrisas, tuvimos que fortalecernos uno a otro, pero muestro corazón estaba quebrado.
Cuando llegamos, fuimos a la empresa donde habían destinado a mi esposo. Ellos nos llevaron a un barrio donde nos darían una pequeña casa para instalarnos. Era una casa típica Italiana, con una chimenea y una ventana que daba a la playa. Después de acomodar nuestro equipaje y descansar todo el día, mi esposo se presentó en la empresa por la mañana.
Yo abrí el ventanal, de allí podía ver el mar. ¡El mar de la abuela!. Y recordé, recordé ¡La caja!. La tomé en mis manos y no sé por qué, pero demoré en abrirla. Tantos años de secreto, de imaginarme una y otra cosa; joyas, cartas. ¡Oh Díos!. ¿Por qué temblaba tanto?.
Me senté en la alfombra junto a la chimenea, los leños ardían, sentí tanto frío; pero decidí abrirla al fin.
Levanté la tapa y me encontré con una extensa carta recientemente escrita por la abuela...
“Hija: Este es mi tesoro, hoy está en tus manos, espero que me comprendas y no te defraude”.
Unos recortes de amarillentos diarios con titulares horrendos de la guerra, “Alemania aliada a Italia”, “ Italia fue bombardeada y tomada”.
 “Bombardearon mi pueblo, destruyeron mi casa, mi madre quedó bajo los escombros, mis cinco hermanos y mi padre, no los encontré nunca.
El trozo de tela, supo ser del vestido de novia de mi madre que sacaron quemado junto a algunas cosas que no servían para nada, yo tomé un trozo de él y recuerdo que me llevaron a un lugar donde había muchos niños.
¡El frasco de agua y arena!, es el mar, el mar que solía recorrer descalza bajo el sol, cuando todo ya era quietud y paz.
¡Las flores secas!, rosas y margaritas, son algunas que corté antes de embarcarme para la Argentina; un matrimonio italiano pudo traerme, yo solo tenía quince años.
Cuando el barco partió, sentí que mi corazón quedaba para siempre allí, ya no tenía más lágrimas para llorar a mis amores, mi sangre; la de mis padres y mis hermanos habían regado mi tierra tan querida para mí.
¡Los botones!, son del saco que yo tenía puesto ese día terrible, lo había tejido mi madre y los guardé junto a un pequeño ovillo de lana que me recuerda a las manos de mi madre.
¡Las cartas!, son de tu abuelo, léelas son las cartas de amor más dulces que alguien pudiera escribir. Eso pudo aliviar el dolor de mi corazón; lo conocí aquí en Argentina y fue mi único amor.
¡Los azahares!, son de mi ramo de novia.
 ¡Los escarpines!, son de tu madre, al nacer ella, mi corazón volvió a latir y volví a tener esperanzas.
¡Los rulos!, los primeros rulos rubios de tu madre.
¡La fotografía!, una foto de tu abuelo y yo en el jardín donde escribió una frase antes de morir: “Nunca te dejaré, estaré en cada rosa que tus manos acaricien”. Por eso mi jardín tiene rosas de todos colores.
¡Ah, el babero!, es tu primer babero.
¡La cajita!, es donde guardo las joyas más queridas, tus primeros pequeños dientecitos.
¡Un sobre!, con tus primeros escritos, “Abuela te quiero”.
¡La flor!, es la que lucías en el pelo cuando cumpliste quince años. Tu primer zapatito, un pedazo de oso que tenías para dormir cuando pequeña.
¡La rosa blanca!, una de las que me trajiste el día que me dijiste que partirías.
¡Los azahares!, de tu ramo de novia y supongo que tendrás en tus manos el pequeño ángel del amor con azahares en sus manos.
Me perdonas mi amor, eran solo cosas de vieja, que atesora las cosas más amadas de sus recuerdos; que llevaré en mi corazón y en lo más profundo de mi alma.
Sólo te pido, mira el cielo italiano, las estrellas, toma la tierra entre tus manos; hazlo por mí, hija de mi vida y me estarás acariciando.
Hasta pronto, la abuela.”
Sí, lloré. Lloré abrazada a la caja, al tesoro tan preciado de la abuela.
Cuando volvió mi esposo le mostré la carta y le di la caja. Luego en silencio, tomó uno por uno los objetos allí guardados, las lágrimas rodaban por su rostro sin cesar.
Al cabo de un rato, de profundo silencio, se levantó, se encaminó hacía la puerta y se marchó. Yo me quedé acongojada, desolada. Miré el mar a través de la ventana, eso era lo que veía la abuela a través de su ventana, en silencio y tan triste...
Al rato regresó mi esposo riendo, me levantó en sus brazos, me besó y me regaló dos pasajes de avión para Argentina. Las lágrimas no me dejaban ver ni preguntar, él me abrazó y solo dijo, “Nunca debimos alejarnos de nuestros amores, allí es donde está el futuro, junto a ellos; que importancia tiene un poco más de dinero, ganaremos en disfrutar nuestros afectos cerca de los nuestros. ¿Qué me contestas?”.
Lo abracé fuerte, “Es el mejor regalo que puedas hacerme para nuestro casamiento, tres años pueden ser mucho tiempo para estar lejos de los que amamos”.
Y volvimos en secreto. Llegamos el domingo, cerca del mediodía. La casa olía a estofado de mamá, la abuela amasaba ñoquís, papá leía el diario en el jardín, recostado en su reposera; y los abracé fuerte a todos y mi corazón volvió a latir, ya no estaba quebrado, mi tierra, mis seres queridos estaban aquí, junto a mí.
Y no en una pequeña caja de recuerdos, porque la caja es mi corazón.



Azul. 
                                                                                                                             
Alicia M. Moreno