miércoles, 19 de octubre de 2011

"UNA TARDE HERMOSA"







Una hermosa tarde, con café y mate,
poesías y contarnos cosas de nuestras vidas,
una amistad maravillosa que seguirá con más cariño
que antes…
gracias Flaminio Benítez Ortiz.. escritor del Paraguay..
Alicia ****

domingo, 16 de octubre de 2011


Medio día en casa con Rubén,
entre libros de ecología y poesía…
nos une una gran amistad…

Alicia***
16/10/2011 

jueves, 13 de octubre de 2011

"MIS BISABUELOS"



Lo que voy a contarles, quizá parece un cuento, pero en realidad son retazos de mi historia.
En largas tardes de verano, mi abuela Antonia y yo, solíamos sentarnos en aquel banco, debajo del árbol; vereda de ladrillos, el aire perfumado de acacias, en su casa, en Luján. Solía contarme, la historia de sus padres. Corrían los años 1885 en Andalucía, España...
Una familia Andaluza descendiente de moros, bastante adinerados, decidieron internar a una de sus hijas en un convento, por cierto en esa época los padres eran muy rigurosos, casi malvados.
Era ésta, de las hermanas la más bella, una niña de ojos verdes y grandes como faroles, con la sangre Andaluza y gitana. Imagino sería un torrente de fuego, difícil de apagar. Blanca como la luna, pegada a esa reja, como el ruiseñor encerrado, ahoga su canto, en un llanto que no podía calmar.
Cada vez más lejos, el carruaje de sus padres, se perdió en el camino. En la puerta principal del convento, la esperaba la monja consejera. La guió hasta el cuarto, “Aquí pondrás tus cosas”, le dijo. “Esta será tu cama, luego te daré las actividades que tendrás que compartir con las demás. A las siete de la mañana, entran a clases, te daré el uniforme, ¡Aquí no usan tantos encajes!” ... y se fue por el pasillo, oscuro y húmedo.
Un crucifijo con  Jesús ocupaba una pared del cuarto, lo miró y pidió perdón. “Señor, ¿Por qué este dolor? Si te amo ¿Por qué mi alma quiere ser libre como los pájaros, cantar coplas con mi guitarra?.
Así empezaron a pasar los días, las monjas rigurosas. Tenía que cocinar, lavar, horas revolviendo las ollas de los dulces, fregar pisos con cepillo y jabón. Tenía que alcanzar la obediencia, la humildad, para ganar su lugar.
En la siesta se escapaba con otra niña, a correr por el parque lleno de flores, menuda penitencia cuando las veían.
Los domingos por la mañana, daba la misa un cura, que venía de la catedral. Las confesaba y les daba la comunión; era lo único que las conectaba con el mundo exterior.
¡Vaya vida que le había tocado!.
Siempre recordaría aquel día de visitas. Su madre y su padre, llegaron temprano, con una cara que le clavaba espinas. “Diga padre qué es lo qué pasa”. Y sonó como un látigo aquella orden, “Hemos decidido que tienes que ser monja”.
Lloraron sus ojos verdes, pero ya sin consuelo, se entregó a su destino. Pasaron días y meses, apacibles, casi bíblicos.
Ya casi resignada, le entregaría todo su amor a Díos.
Todo el convento se preparaba para la celebración, tomarían los hábitos. Solo faltaba un mes, ya eran novicias, pero ese día sería definitivo. La monja consejera las reunió a todas en la sala de labores, era uno de los lugares preferidos, entre bastidores e hilos de colores, le gustaba bordar.
“Las reuní aquí porque, la semana entrante después de la misa, cuando hayan comulgado, les cortarán los cabellos al ras. Quiero que se entreguen a Díos, limpias y puras de pensamiento y alma, obedientes y humildes”. Todas contestaron “Sí hermana”. Ella la miró. “Yo me entrego a Díos, si en estos años he practicado con fervor la fe, la obediencia, pero hay algo dentro de mí, que se doblega, que quiere correr por los bosques, cantar coplas, nadar desnuda en el mar y besar... ¡nunca me dieron beso!”.
“¡Por favor niña!. La monja roja de ira la mandó a rezar como cien mil Padre Nuestros, mientras fregaba el piso de la capilla con cepillo y jabón.
Buen gordo castigo tuvo por decir esas cosas, que le salieron del alma.
Las rodillas estaban ampolladas y sus manos eran rojas e hinchadas de apretar el cepillo.
Los ojos verdes hinchados de tanto llorar; un par de botas negras caminaban hacia ella, sonaban como estruendo aquellos pasos, en la capilla desierta.
Levantó su mirada y se encontró con el cura, que la miraba con ternura. “Que te pasa niña, ¿Por qué la penitencia?, falta poco ya tomarás los hábitos.”
“¿ Y por qué está usted aquí si no es domingo?”.
Le extendió la mano y tomó la mano pequeña lastimada. Él las miró como al pasar, pero su rostro tenía un gesto de ira.
Ella lo miró a los ojos y se dio cuenta que eran color café marrones.
“Vine a confesarlas, la decisión que toman tiene que ser completa”.
Las monjas le levantaron el castigo, la mandaron al confesionario con las demás. Estaba indecisa, temerosa, cuando se arrodilló para confesarse, escuchó la voz del cura, grave, profunda, pero le sabía a miel y no olvidaba los ojos marrones. “¡Díos, esto si que es pecado! Dijo.
“Dime niña... ¿Cuál fue tu pecado para tamaña penitencia?”. Después de un silencio, tuvo que contestar la verdad, no había otra. Roja como un tomate le confesó: “Le he dicho a la hermana consejera que una parte de mí, no está preparada, tiene sueños, nunca besé a nadie y quisiera acunar hijos, cantarles coplas gitanas, que tengo mi sangre Andaluza que me golpea las sienes”, y rompió en llanto. El cura abrió la puertilla del confesionario. “No llores niña ¡Por Díos!, que no es malo lo que deseas, en todos lados se sirve a Díos”. Y lo miró a los ojos y sintió como la acariciaron esos ojos marrones, su mano tomó las de ella y las apretó fuerte.
¡Díos! Ella temblaba y él también. Pensó que era un sueño del cual despertaría. Sino penitencia gorda la esperaba.
Esa noche parecía haber enmudecido, en el comedor las niñas la miraban, sin entender. Frente al plato de comida no pudo probar bocado, estaba pálida.
Cuando fue al cuarto, buscó el espejo, lo tenía escondido, pues estaba prohibido tener cosas mundanas. Se soltó el cabello, caía sobre sus hombros, castaño lleno de rulos. Tuvo miedo, ese sentimiento no debía clavarse en su alma. No se lavó las manos y las puso en su rostro, pensando en él “¡Díos!”, dijo, se arrodilló y rezó hasta la mañana. “Señor... ¡Qué es un cura!... y me matarán por esto”.
Si sus días eran tristes antes, pues ahora eran tortura. Se impuso penitencias, ayunos, rosarios tras rosarios; pidiendo perdón,  tal vez le hubiera parecido, estaría confundida. Pasaron los días, les cortaron el cabello a todas, menos a ella, como no entendiendo, le preguntó a la consejera. “No sé si tu serás monja, por lo menos por ahora”, le contestó.
“¿Por qué no viene el señor cura?”, le preguntó, “Ya son dos domingos, y no es que no me guste el cuera éste, es extraño no verle”. Esperaba ese domingo, como nadie, vinieron sus padres a saludarla; después de tomar los hábitos tendrían un retiro espiritual y no podrían verla por mucho tiempo.
Los miró, pero no pudo articular palabra. Su padre le preguntó por qué estaba tan ausente, no le pudo contestar; no hubiesen entendido. Su madre la besó en la frente y se marcharon. Creo que fue la última imagen que tuvo de ellos a través  de los años.
Todo el convento era un alboroto, faltaba tan solo una semana y serían monjas de verdad.
Ese domingo se levantó temprano, antes que los demás, y corrió al jardín, se quitó los zapatos para pisar hierba húmeda; lloraba sin consuelo, pedía perdón, era una mezcla de culpa y amor desenfrenado. Sintió unas manos, tomándola de los hombros, giró como si un rayo la hubiese fulminado. “¡Padre!”, grito, “Me he asustado”... Cuando vio que esos ojos marrones también lloraban. “Niña no te asustes, tengo que confesarte algo, antes que sea tarde. Yo te doblo en edad y eso me atormenta, porque ni eso ha impedido que me enamore de ti; de esos ojos verdes que me han mirado, llorando siempre; de tu pelo que no quiero que hoy te corten, porque para mí es sagrado. Me enamoré de tu sonrisa al despedirme los domingos. ¡Y me siento un miserable!... pero no puedo callar este sufrimiento que me rompe el corazón y no me deja dormir”.
Y ella lo abrazó, lo abrazó fuerte y con una pasión que no sé si sería pecado, se besaron una y otra vez. Ella cabía entre sus brazos, frágil y pequeña. “ Te sacaré de aquí, si es que tu quieres, sabes que en esto nos va la vida mi pequeña...” le dijo.
“¡Te amo más que a mi vida!”, le dijo ella. “Te seguiré a donde tu vayas”.
“El camino será riesgoso, ¿Tu sabes cual sería el castigo verdad?
Ella le cerró la boca con un besó. “Tendré que conseguir tus documentos falsificados, no olvides que tu tienes 18 años y yo 32”.
“¡Dios tengo miedo!”, dijo ella de rodillas. “¿Podrás perdonarme?”.
Pasaron cuatro días y el cura vino a dar la misa, era su última misa en el convento. Ella no comulgó, lo miraba impaciente, culpable quizá. Cuando se retiraba de la capilla, le entregó un libro: “Lo que me pediste”, dijo, ella temblada;  se sentía la peor o la más feliz, es imposible saber.
Dentro del libro estaba la carta, esa letra firme y hermosa de hombre pleno. Hasta eso amaba de él.
“Si no estás arrepentida te esperaré a las nueve de la noche, detrás de la capilla. Tendré dos caballos, pues haremos un día a caballo por lugares no transitados. Te adora, quien es capaz de las más grandes de las locuras por tu amor...”.
Normalmente  se acostaban a las ocho, a las ocho y media se apagaban las últimas velas, alguna que otra quedaría encendida. Su equipaje era pequeño, pues a caballo poco podía llevar.
Cuando todo era silencio, recorrió el pasillo oscuro, abrazada a sus zapatos y un pequeño bultillo con algunas de sus cosas. Tenía que bajar esa escalera oscura, los escalones de madera chillaban  y su corazón era un tambor que casi se detuvo del susto. El reloj dio las nueve campanadas y sonaron en el silencio, como para que muriese de miedo. En el patio de abajo, la monja consejera recorría los pasillos con el candil, para ver si todo estaba tranquilo o alguna tuviera una vela encendida, pues sabían tener novelas escondidas, o poemas de amor; semejante sacrilegio era eso para la monja. No quería imaginar si la hubiesen pescado en esta, muerta estaría la niña sin más remedio. Díos la castigaría por siempre.
Ya no tenía miedo por ella, “¡Qué nada le suceda a él Díos mío, que me arrancaré las entrañas yo misma!”. Esperó en la oscuridad hasta que todo volviera al silencio.
Todavía tenía que llegar hasta donde estaban las llaves, colgaban de un gancho, al costado de la puerta; eso si la monja no olvidó dejarlas, siempre lleva otra en el cordón de su cintura.
Sólo había una ventana sin rejas que estaba como a dos metros de altura, pero se juró que saltaría si no estaba la llave, tenía que buscar la más larga.
¡Sí Díos!, cuando abrió la puerta, la noche golpeó su rostro, una luna blanca fue testigo. Dejó las llaves en el cajón del correo, temblaba como una hoja que desprende el otoño... Parecía un sueño del que iba a despertar bruscamente.
Corrió descalza, cruzó el parque hasta la capilla, detrás divisó la sombra de Don Moraga, montado en el caballo. La levantó por la cintura, blanca, frágil y virgen; cualidades de la niña que lo seguiría hasta la muerte.
Cabalgaron esa noche y todo el otro día, llegaron a un pueblito al anochecer; fueron a una posada donde la discreción era palabra santa. Estaban exhaustos, ocuparon un cuarto, la dueña de la posada puso una tina con agua tibia. “Para que se bañe la señora” dijo. La cara de ella era roja, con pudor, vergüenza.
Él la desvistió despacio, lentamente. Un vestido azul lleno de botones, los encajes de las enaguas, las botas, las medias de seda.
La tomó en sus brazos, la metió en la tina, le lavó el pelo que caía sobre sus hombros desnudos; la besó desde la frente hasta la punta de los pies, la envolvió en las sábanas blancas y la puso sobre la cama. Lentamente fue sacándose la camisa, su torso desnudo parecía esculpido en mármol, se sacó los pantalones y caía el agua sobre él, como el agua bendita. ¡Es que nunca había visto un hombre desnudo, ni tan bello!. La acarició tan suave, besó sus pechos blancos y lentamente estuvo dentro de ella y en un juego de amor y desesperada pasión recorrió sus entrañas de fuego. Él  dentro de ella y ella acunando en su vientre a ese hombre que amó hasta la locura.
Don Moraga  se quedó dormido y ella pensaba, “¡Señor! La cara de la monja al no encontrarme esta mañana, le habrá comunicado a la familia, terrible tragedia. ¡Oh Díos!”.
Al día siguiente amaneció en sus brazos. “¡Díos no nos quites esta dicha!”.
Tenían que salir en un carruaje hasta el puerto, no estaban lejos, allí los esperaba un señor de barba blanca, solo habló con Don Moraga, le dio los documentos y los pasajes del barco. Salió a la madrugada,  rumbo a Brasil; en el pueblo le había comprado ropas y algunas chucherías, ahí estaban dos enormes baúles de Don Moraga. Los embarcó rápidamente, la gente alborotada en el puerto, muchos emigraban. Los meses de travesía transcurrieron tranquilos. Cuando el barco se alejaba, cedía el miedo y era feliz. Quizá no estuviera bien lo que hicieron pero nunca se arrepintieron.
Llegaron a Puerto Alegre, allí se instalaron. Ella llegó embarazada de su primer hijo, se casaron en Brasil. En 1900 tuvieron una hija Antonia, mi abuela, que en 1915 se recibió de profesora de violín y Don Moraga la acompañó a Buenos Aires, pues daban un concierto en un teatro, pertenecía al Conservatorio Juvenil. Ella estaba enamorada en Brasil, de un chico, pero el padre no quería esa relación, estaban hospedados en un hermoso hotel junto con los demás concertistas. Al lado del hotel se guardaban los coches a caballos y por supuesto estaban los que manejaban los coches. La abuela por la ventana vio a un mozo que era muy feo y pobre, se enamoró de él y él de ella. ¡Tal fue el capricho!. El padre se la llevó a Brasil, pero volvió al año a dar otro concierto y el destino quiso, se casó con él, Don Costa. ¡Con el disgusto de Don Moraga!
De ese matrimonio nacieron seis hijos, cinco mujeres y un varón, una era mi madre, nació el 19 de julio de 1926, Antonia también. Sabía contarnos que Don Moraga conservaba la vestimenta de Cura en un baúl y a ellas les encantaba escuchar la historia, ya que el abuelo Moraga, solía venir 
a pasar largos meses del año junto a ellos, y recordaban aquellos momentos como los más felices vividos. Solían recorrer los parques de atrás del Cementerio de Flores, les compraba golosinas, era sumamente cariñoso con sus nietos.
Yo les digo que es verdad la historia, que casamiento de cura y monja trae mal de amores para otras generaciones, amores contrariados, muchas tristezas. Pero esa es otra historia, aunque ellos fueron felices para siempre.


AZUL
ALICIA M. MORENO
DERECHOS RESERVADOS   
                                                                                                         
                                                                                                                   



                                                                                                                  


viernes, 7 de octubre de 2011

"MI CASA"






Hoy mientras subía y bajaba las escaleras, de esta casa tan grande y aún le faltan tantas cosas para terminar, y creo que yo no lo  haré, me senté en el escalón y de sólo pensar me dio escalofrío, cuánta lucha cuánto trabajar ladrillo por ladrillo, años de lucha sin descanso toda mi vida aquí adentro, limpia que te limpia y al final una casa de campo, pero tiene mi alma en cada pared y se esta poniendo vieja como yo.
Ese jardín salvaje que cultivo con miles de plantas diferentes y todos los años son el alimento de abejas buscando el néctar  en las flores y los pájaros en el árbol son un concierto maravilloso, que yo contemplo desde el ventanal de mi cocina. Los olores de mi casa, mis comidas, los dulces, el mate, siempre ahí arriba, mi compañero.
¿Quién vendrá cuando yo no esté más? Tal vez hagan la gran casa que yo soñé y no pude.
En este patio aprendieron a jugar mis hijos y aún escucho sus risas y hoy son tan grandes ya mayores y juegan los nietos y ríen.
Cuando yo no este ¿Seguirá la casa abrazando a todos? ¿Quién les dirá a los pájaros y mis abejas en esa primavera que yo no estoy?
Y seguí  limpiando y llore sí, cada vez pesa más esta mochila, llevo tanto amor dentro.
Y mi casa, es un gran amor sí, ¡uf! ¡Vida qué corta eres!

Alicia M. Moreno
10/09/2008
El jardín de mi casa.. fotografía..  

"ENTRE AROMAS Y RECUERDOS"




Quisiera transmitirte lo que siento. Miro como de lejos a grandes rasgos, mi vida, una vida intensa, de luchas sin descanso por lograr un presente y un futuro.
Mi casa, un fiel reflejo de mi persona y de mi alma. Si la recorres podrás encontrarme, en cada rincón, pero en el lugar que más de mí vas a encontrar, y mi recuerdo tenga todos los aromas y todo mi amor, es la cocina. El lugar que más horas de mi vida he dedicado. Preparando desayunos, comidas, todas las comidas que puedas imaginar. El olor del orégano y el laurel, el comino es mi preferido. Las milanesas son las preferidas de mis hijos.
El aroma de mi comida recorre hasta la vereda de mi casa. Y más de una vez, algún vecino me halagó por el aroma de mis comidas que se diferencian de cualquier otra casa.
Los ñoquís de los domingos, con el estofado. Sabores de hierbas, que solo mi receta la hace especial.
¿Y cómo podría ser de otra manera?. La mesa con el pan recién amasado, kilos de harina que se transformaban en ese delicioso alimento. El olor a pan recién horneado recorre la casa. La torta para el mate que nunca falta. Los tarros de escabeche. Cuántas horas revolviendo dulces y tantas cosas más.
Las paredes de mi cocina conocen todos mis secretos y guardarán todos los aromas, entre clavos de olor y vanilla.
Cuándo no esté ¿Me extrañará mi pobre cocina?. Descansarán las hornallas y el horno, cansado de mantener su llama, mientras se dora el lechón de los Fin de Año.
¿Te conté de mis adobos?. Son especiales, creo que la forma de decirles que los amo fue cocinar, siempre pensando en el gusto de cada uno de ellos.
La pava y el mate, compañeros fieles de las largas horas en la cocina. Y la heladera, cómplice de guardar mis comidas.
La alacena orgullosa, guarda montones de frascos con especias; se entrelaza el romero y el tomillo, el coco rallado y el agua de azahar. Mis compañeros ¿Qué haría sin ustedes?.
Cuando las luces se apagan y la casa está en silencio, yo creo que los duendes de mi espíritu recorren la cocina. Se perfuman con las esencias, destapando los frascos. Hablan con las ollas que descansan esperando el nuevo día. Hacen acrobacia en el ventilador de techo, se acuestan en la hornalla que duerme hasta mañana.
Saltan en las sillas que silenciosas, rodean la mesa que mañana tendrá su mantel blanco, se llenará de platos, con la comida sabrosa, que le dedicaré a mi familia.
Duendes inquietos, dibujaron sonrisas con los lápices de colores que dejé sobre la mesa, junto al cuaderno de los niños, después de hacer las tareas, olor a tiza y plasticola.
Trepan la cortina del ventanal que da al parque, donde pegan los primeros claros del amanecer, los gorjeos de los pájaros anuncian la mañana. Corren cansados y felices a dormir de día en la vieja cafetera que adorna una mesa.
Y cruje la mesa, porque se despereza y se entibia el ambiente; cuando enciendo la hornalla y sonríe la pava que se acomoda sobre ella, y el mate me espía, cuando me escucha arrastrar las pantuflas.
El sol se filtra, alegra la cocina y otra vez los aromas: el mate, el café, las tostadas y todos en la cocina. Alegrías y tristezas compartiendo el alma de esta casa.
Quedará por siempre, entre todas estas cosas que fueron y son importantes para mí. Aquí soy economista, maestra, forjé fuertes y sanos a mi familia, equilibrando a los alimentos. Los hice felices con los postres dulces, los sorprendí con fiestas de cumpleaños...
 Y aquí también me atreví a soñar que soy poeta.                                                      
                                                                                                          
Azul.
Alicia. M. Moreno
04/05/1996
La fotografía es de mi cocina...


jueves, 6 de octubre de 2011

"VOLVER A EMPEZAR"(CUENTO)


“VOLVER A EMPEZAR”

Se esconde el lucero en el cielo, se vislumbra la línea del amanecer, se prende la luz de la vieja casa de campo.
El hombre, casi vencido por los años, atiza el fuego poniendo la pava para tomar sus amargos. La casa huele a leños, a pan fresco.
Rompe el silencio el canto del gallo anunciando un nuevo día.
Sus manos toscas por el trabajo, acarician el mate y sus ojos como buscando por dentro, en los más profundo de esa tristeza, que surcó su rostro de tantas arrugas, que los años implacables van llegando sin que uno los pueda detener.
Mira la mesa de rústica madera, las paredes descascarada, que en algún tiempo fueron testigo de risas y llantos de niño, de unas manos blancas como palomas poniendo el mantel, llamando a almorzar; abrirse esa puerta y la voz del hijo llamando ¡Papá!. Y dando un suspiro, como un lamento, su rostro mojado intentó secar.
Al palenque atado su viejo caballo, relincha al verlo acercarse, su mano callosa acaricia su lomo, mientras el arado le ata por detrás y guiando a la bestia sale campo adentro, surcando la tierra.
Con su mano, seca su frente húmeda, acomoda su sombrero y achicando los ojos buscando el más allá del camino, una vez y muchas más.
Un día cualquiera, de esos que nadie sabe por qué, la polvareda lo dejó sin aliento; su corazón latía con fuerza. ¿Será mi hijo?, se  preguntó para dentro, y dejó el arado y corrió a la casa.
Cuando de pronto, el automóvil se detuvo en su tranquera y bajó un señor peinando canas y un mozo de unos veinte quizás.
¡Papá!... ¡Abuelo!, a dúo saludaron al viejo, que con pasos largos corrió a abrazarlos.
¡Por fin!, se hizo tan larga la espera, que pensé que nunca volvería a tenerlos. Pasen hijos... pasen.
Atizando el fuego con manos temblorosas, no los dejaba de mirar, un surco de lágrimas mojaban su rostro.
El hijo se acerca, ¿Qué pasa papá?... Ya sé, pasó mucho tiempo.
¡No hijo mío!,  si hay un reproche me lo hago yo, día tras día, por no haber tenido tiempo cuando eras niño. Salía con la tropilla y por semanas no podía regresar... la vida es dura a veces. Pero el dinero era para poder progresar, para que cuando mozo, pudieses estudiar, para traer la semilla que convertida en trigo sería tu pan.
Y cuando tuve todo el tiempo, tu ya no estabas. Pero quiero que sepas que por distancias, siempre te he de amar, que soy el amigo que puedes contar.
No pude contarte cuentos cuando te ibas a acostar; eso es lo que me anuda la garganta y me hace llorar...
¡Oh, será que estoy viejo!, y no sé como remediar.
El nieto en silencio, miraba la escena y también en su pecho había un llanto de tiempos a destiempos, pero que tal vez pudiera cambiar.
Cómo decirle al abuelo... papá tampoco tuvo tiempo, te devora la gran ciudad; pagar la escuela, los libros, la luz, gas y todo lo demás, te devoran las presiones y por todo eso lo metí en el auto y aquí está.
Escuche abuelo, aquí no hay reproches... ni los habrá.
Sabe, estudio agronomía, cosas de campo que me tendrá que enseñar; a surcar la tierra, plantar semillas que nos darán el pan.
Y abrazando al nieto, se echó a llorar. No me digas muchacho, que voy a servirle de algo a esta edad.
Sí abuelo, siempre, el tiempo valioso de su experiencia, de su amor. ¡Hoy no sabe cuánto aprendí!
Y abrazó al padre y le pidió perdón... perdón por quitarte tu tiempo. Me diste lo más valioso y yo desconforme me entristecía y hasta lo confundía con falta de amor, pero gracias al tiempo, al esfuerzo de ustedes, soy lo que soy. Sino, no hubiese llegado hasta aquí.
Y otra vez el abuelo pudo sonreír y ser maestro, guía de ese muchacho que con alegría sembró la tierra.
Y ya no era tan largo el camino a la ciudad, su padre vendría de tanto en tanto a tomar un descanso y poderlos disfrutar.
Y después de todo, encontraron el tiempo para comprender, para amar, se necesitaron uno al otro.
Busquen siempre un pequeño motivo para escucharse, para amarse...
Si escuchaste éste cuento y te lo contó tu papá, abrázalo, míralo a los ojos... todo su esfuerzo, todo el tiempo te lo da a raudales, aunque a veces sean pocas las horas que  a tu lado pueda estar.


          
  
Vuelve a empezar, siempre estás a tiempo
Ocaso de la vida convertidla en primavera
Llena la vida de los viejos en tiempo de felicidad
Vale la pena dar un poco de tu tiempo
Explora dentro de ti y da lo que no recibiste
Riega el mundo de amor y cosecharás amor.

Ama sin límites, sin esperar nada.

Éxtasis que  sentirás cuando hayas dado lo mejor de ti
Mañanas de campo junto a tu abuelo
Padre que te brindará hoy su tiempo
Empezar no fue en vano
Zorzal que te despierta por las mañanas
Amanecer tomando mate junto al abuelo
Reiremos juntos, abrazados, empezando otra vez.

Azul
Alicia M. Moreno
                                                                                                              


martes, 4 de octubre de 2011

"MI OTRO YO, EL ESPEJO" (consigna Antología)




“Mi otro yo, el espejo” (consigna) Antología…

Hoy he hablado conmigo, sí, frente a un espejo…
-Hola ¿Cómo estás? - Me preguntó la imagen allí reflejada,
Bueno, creo que no me veo muy bien verdad,
estás empañado, o yo estoy viendo un pasado nublado…
La imagen sonreía, pero mi boca no expresaba ni una mueca,
¿Por qué sonríes?, cuando estoy llorando…
-Sabes cuántas veces has venido a mirarte…-
Claro, casi todos los días, bueno… todos los días…
-Entonces ¿Por qué te admiras hoy de verme sonreír?
Día a día te mostré tus ojos tristes, tu boca sin sonrisas,
Tu rostro preocupado, y arruguillas en la frente…-
No seas cruel, tú siempre has callado…
-Nunca he callado, sólo que tú, no te veías así…-
Quieres decir, no miraba mi adentro, mi rostro triste…
-Así es, me he quedado con tu juventud, de aquellos días,
con tu desnudes perfecta, y tus ojos brillantes,
luego de hacer el amor…pero nunca una sonrisa…¿Por qué?-
Porque el amor fueron momentos, luego tristeza y despedidas…
Me he vestido de luto, tantas veces frente a ti.
-Lo sé y no puedo consolarte, por eso te regalé una sonrisa,
es lo que más necesitas, no puedo darte olvido, pues soy tu imagen.-
Dime qué imagen retendrás de mí, cuando ya no este en la vida…
- Ah, tengo varias, ¿Quieres elegirlas?
Una cuando eras niña, pero estas triste también…y solitaria…
Oh…ésta…acariciando tu vientre de madre y sonreías…
Quizás ésta otra, el día que diste el último beso de amor,
morías lentamente frente de mí…-
¡NO! ¡¡¡Basta ya!!! No me muestres derrotada…sin esperanza…
¡¡Miénteme!! No muestres esta soledad oscura, que se amarra a mi sombra.
Dime que no moriré con el alma llena de amor, pasión y deseo…
- No me odies, soy tu otro yo, únete a mí, comparte la sonrisa,
quizás volvamos a encontrar el hombre que espera por ti…
ese que diga te amo, sin temor, besará tu sonrisa…
Soy tu espejo y quiero verte feliz, hace años que lo espero…
Mañana puede ser tarde, dile hoy que lo amas…-


Alicia M. Moreno
04/10/2011
Derechos Reservados 

domingo, 2 de octubre de 2011

"DESPUÉS DE UN AÑO"(Consigna)




Después de un año (consigna)

Cómo decirle al corazón, que deje de latir,
si la sangre a borbotones, corre por las venas,
sólo con nombrarte, se vuelve río de deseo,
y un mar intenso corre en mis entrañas,
quemándome con su sal el alma…
Cómo le digo a mis ojos, que ya no tienen lágrimas,
que no te busquen, en los versos de amor…
Y dibujo en letras, los besos dormidos de mi boca,
que sólo murmura tu nombre, una y otra vez…
Cómo le digo al alma, que el tiempo de magia terminó,
y serás un recuerdo, mordiéndome la mente,
acompañando la cruel soledad, de mí sombra…

Alicia M. Moreno
03/10/2011
Derechos Reservados