Recuerdos
de una canción en mi niñez, sí, justamente esa, Farolera, la niñez tan lejana
en el tiempo y tan cerca del alma, lo que eran risas compartidas en la vereda
de mi casa, entre luces del atardecer; los ojitos brillantes como chispas de felicidad,
cada uno tenía su propio mundo su propia historia, mi hermano sentadito cantaba
haciendo coro, los más grandes saltábamos
la soga, era uno, quizás el primer gran obstáculo, que nos proponíamos saltar
en la vida, sin saber que serían tantos los que seguirían en cada camino, que
las cuentas no serían tan fácil, dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho y ocho dieciséis, que difícil fue sumar mientras
crecía, yo sumaba y la vida restaba,
dejando mi corazón cada vez con más dolor.
Donde
estarán esas voces, esos ojitos con chispas, no los encuentro, busco en los
entre luces de los atardeceres, esa niñez, los ojos de mi hermano en una
estrella, su voz en el viento haciendo coro, sólo encuentro un horizonte
esperando por mí.
¿Estarán
ahí cantando? Farolera tropezó y en la calle se cayó y al pasar por un
cuartel..nadie contesta, sólo el silencio y los recuerdos que son cada vez más
lejanos y cada vez más tristes….
Otra vez el paraíso, un cielo celeste con sol dorado, con noches de estrellas y lunas plateadas, el árbol de la vida con frutos frescos para la boca sedienta de deseos; mullida alfombra de hierbas perfumadas, húmedas de rocío y tu bello cuerpo desnudo sobre ella. Un ave se detiene a mirar tu belleza, está todo dispuesto para comulgar en la lujuria de los instintos, se detienen mis ojos, solo unos maderos nos separan, unos maderos simples como los de la cruz. Y sentí mi corazón latir muy fuerte, demasiada belleza, de pronto, mensajera de amor la paloma blanca como debiera ser el alma, era la fe ante mis ojos, esta vez reconocí el paraíso y volví sobre los pasos de la fe.
¿Era un espejismo? ¿Era el paraíso? Quizás, quizás.
La tarde trajo consigo una tormenta, el atardecer gris
olía al otoño, que ya se anuncia con la lluvia cristalina,
el amor envejecido se trepa al árbol, llorando en cada hoja
que veo caer amarillenta, mis ojos cansados te buscaron,
en cada primavera, busqué tu voz en el trinar de los pájaros,
mordí mis labios, para no gritar tu nombre.
¡Ay¡ mi boca sedienta de tus besos y tú, que será de ti amor.
Me he acostumbrado a quererte desde lejos, sin verte, sin acariciarte,sólo imaginándote, desnudándote en silencio, trayendo a la mente los besos que te doy serenamente, recorriéndote por entero.
No creas que olvidé nuestras tardes, riendo como niños
inocentes,cuando nuestro amor era una verde pradera.
Mi mano te busca en la oscura sombra, pero ya no está tu mano sigo sola en la espera, con una libertad que me quema las entrañas.
Escribí tantas cartas, pero están aquí, no las mandaré, soñaré que me extrañas y así seré feliz…